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El Jueves

Cowboys

Todos, cuando éramos niños, hemos tenido un disfraz de cowboy, con su sombrero, chaquetilla sin mangas, cinturón, pistola y la imprescindible placa de sheriff

Publicado: 07/03/2025 ·
08:09
· Actualizado: 07/03/2025 · 08:10
  • Donald Trump y Zelenski. -
Autor

Miguel Andréu

Miguel Andréu es comunicador y escritor. Actualmente, director de Andréu Comunicación

El Jueves

Este blog aborda temas generales de actualidad, preferentemente de interés local en Sevilla

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Todos, cuando éramos niños, hemos tenido un disfraz de cowboy, con su sombrero, chaquetilla sin mangas, cinturón, pistola y la imprescindible placa de sheriff del lejano oeste. Completamente de plástico; un plástico que, seguro, las normas de la Unión Europea no permitirían hoy, porque era de una calidad bastante mejorable. Los niños jugábamos a indios y vaqueros, por la influencia de esas películas que nos llegaban del país de las barras y estrellas. Y de ese país traíamos más cosas, donde el paradigma era la Coca-Cola, bebida que importamos de allí en botellas de cristal cuando ellos ya la bebían en latas.

El cine bélico nos llevó a identificar que los ejércitos americanos eran siempre los buenos, frente a las tropas alemanas nazis o los japoneses de la Segunda Guerra Mundial o frente a los orientales en la Guerra de Vietnam. Y también, en las películas de espionaje, que los chicos de la CIA y del FBI eran más buenos, más guapos y más inteligentes que sus homónimos rusos.

Todos nos hemos imaginado alguna vez en una de esas cafeterías americanas donde unas camareras ataviadas con delantal y cofia, te sirven café sin ni tan siquiera pedirlo (siempre me ha dado la impresión que era “pucherete”) y algunos incluso hemos soñado con esas hamburguesas que los americanos se metían entre pecho y espalda. Incluso nos hemos llegado a preguntar si los puestos de castañas asadas de nuestras calles no podrían ser puestos de perritos calientes.

En fin, que vivíamos rodeados de costumbres americanas que importamos y que, de algún modo, nos hacían felices. Pero todo ha cambiado, en este orden mundial que estamos viviendo.

El presidente americano es ahora amigo del presidente ruso. Europa se está tirando los trastos con ese loco de la Casa Blanca, al que teníamos como aliado en caso de conflicto. Y en la OTAN presupongo que no salen de su asombro con lo que estamos viviendo. Da un poco de miedo la actitud de Trump con Ucrania, a la que le ha cerrado el grifo de las ayudas y la acusa de ser la causante de todo, incluso de una futura Tercera Guerra Mundial. Y por más vueltas que le doy no consigo quitarme de la cabeza que un país con 340 millones de habitantes (EEUU) esté tratando de semejante manera a una población de 450 millones (Unión Europea). Porque no me negarán que, visto lo que estamos viendo, el asunto de los aranceles es solo el principio de todo lo que queda por llegar.

No me gusta para nada la amistad Trump-Putin: quieren hacerse los dueños del mundo, junto a chinos. Todo esto no nos va a deparar nada bueno, a no ser que la Europa, el viejo continente, rejuvenezca, espabile, de un golpe en la mesa y se ponga en su sitio. Con medidas económicas como las impuestas a Putin ya se ve que no se logra nada.

Que no nos den más calabazas de Halloween, algo que también se ha metido en la vida de muchos europeos por ese adoctrinamiento con las costumbres americanas. Que nos dejen, al menos a los españoles, con la calabaza más famosa que hemos tenido aquí: la Ruperta del “Un, dos, tres…”. Al menos con ella y sin Coca-Cola éramos más felices.

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